lunes, 29 de diciembre de 2008

The Horror


Nunca pensé encontrarme aquí, pero aquí estoy. La noche es fria y el viento es seco.
Mis pies colgando en el aire. Sentado en la azotea del edificio más alto de esta pequeña ciudad que no sobrepasa los 20 pisos. Si viviera en una gran ciudad estaría tocando las nuves.
Si mal no recuerdo hace algunas horas me pegué tres tiros en la cabeza y al parecer estoy muerto. Muerto como Jesus. Muerto como como mi papá. El cómo pude dispararme tres tiros es para mí sin lugar a duda motivo de otro texto, tal vez uno mejor que este, pero nunca lo sabremos por que ese no es el caso ahora.
Qué culos hago aquí sentado?, aguantando frío, hipotéticamente hablando, en vez de estar gozando de las grandes ventajas de mi nueva condición, es todavía un misterio aun para mí, pero hay que tener algo en cuenta: por mas miserable que sea esta ciudad hoy se ve resplandeciente desde este lugar.
Tal vez nunca la había visto de esta manera.
Tal vez la muerte también nos cambia la vida, o tal vez simplemente estoy aquí porque esta tarde cuando ya comenzaba a darme cuenta que mi suicidio había sido un éxito, posiblemente lo mejor que hice en vida, salía de su apartamento la vecina Carmen, una de esas personas que se limpian el culo con sólo un cuadrito de papel, y envían a sus hijos gemelos intercalados a la escuela pagando una sola matricula. Educación dos por uno que llaman algunos. Ese tipo de personas. Ella esta vez traía dos bolsas de basura tan apestosas que hasta yo podía olerlas, y al cruzar camino con Heriberto, otro vecino del edificio que no puede decirte nada sin antes ponerte una mano en el hombro y se acercaron tanto que pareciera que estuvieran caminando entre una multitud. Heriberto le dijo a ella que ya estaba todo arreglado. Carmen soltó las bolsas y lo abrazó como si le estuviera agradeciendo algo, pero él la separó bruscamente mientras le dijo que las cosas habían cambiado, que al menos por un tiempo. Ella dejó resbalar una lágrima que fue a dar en su zapato derecho que luego limpió con la parte de atrás de su pierna izquierda en el pantalón.
Y ahí estaba yo parado, en la mitad de este extraño encuentro, echo todo un fantasma.
Que tus amigos piensen que tu suicidio fue lo mejor que te pudo haber pasado en la vida no te motiva más a pensar porqué diablos estas parado entre estos dos personajes.
Tal vez simplemente no te motiva.
Pareciendo ser que alguien escuchó la lágrima al caer, se abrió una puerta unos metros atrás que hizo que nuestros misteriosos personajes se separen y continuaran su rumbo hacia cualquier lugar. Carmen entró nuevamente a su casa con las bolsas de la basura apestosas y Heriberto salió del edificio y caminó varias cuadras al sur, sin saber que ya contaba con una nueva sombra. De esas que no tienen que preocuparse por ser descubiertas. De esas que no tienen que tomar RedBull para no caer dormidas.
Heriberto caminó a un lugar bastante desgastado y se encontró con un hombre que parecía más del lado de acá que del de allá. Heriberto se limitó a entregarle un dinero. No se dijeron nada. No se hicieron preguntas incomodas, ni siquiera se dieron la mano al despedirse.
Yo seguía en las mismas.
Heriberto salió rápidamente del lugar y se internó en uno de esos bares de mala muerte que apestan tanto o tal vez más que las bolsas de la vecina Carmen.
Y pasaron las horas.
Al caer la noche entré de una forma que no quiero discutir por ahora al apartamento de la vecina Carmen. Ahí estaba el hombre al que Heriberto le había entregado el dinero, sentado entre las bolsas de basura con una pistola en las manos mirando hacia la puerta. Entonces me dio una de esas sensaciones que le dan a uno en el estomago, como cuando ves a un hombre de unos 40 años ebrio con la cremallera abierta cargando un dinosaurio de peluche morado con barriga verde casi de su mismo tamaño, y de las doce oraciones que se me vinieron a la cabeza frente a semejante escena, solo escribiré una de la cual puedo acotar referencia, y es aquella que escupe tan dramáticamente Marlon Brando en la famosa película de Coppola: << The Horror >>.
Ahora que lo recuerdo bien, fue precisamente eso lo que me trajo a este edificio.
Quería escapar nuevamente del mundo.
Quisiera que esta fuera una ciudad mucho más grande, con grandes rascacielos para poder acercarme un poco más al cielo, para que todos pudiéramos hacerlo.
La muerte no es fácil para un fantasma.
Como si alguien me hablara pero sin escuchar ada volteé rápidamente, y pude ver como caminaba hacia mi Don Fernando, el esposo de la vecina Carmen.
Él se me sentó al lado y miramos juntos como los carros se atravesaban entre si.
Me comenzó a contar sobre su vida. Me dijo que estaba descansando, que no culpaba a Carmen, que él no había sido bueno. Me contaba esto con 7 huecos en la cabeza. Ya me sentía yo como San Pedro, en las puertas del cielo, escuchando las historias de los nuevos muertos.

1 comentario:

xxx dijo...

La muerte no es fácil para un fantasma.Asi de simple, no es nada fácil.